Vergüenza nacional (y el origen de los utopistas)

Anoche conocí a una joven mexicana que me hizo una pregunta totalmente inesperada: “¿Alguna vez te has sentido avergonzado de ser colombiano?”. Le respondí espontáneamente que jamás y le pregunté que si a ella le había pasado, cosa que me sorprendería en gente tan nacionalista como la mexicana. Me respondió que sí, que sin querer sonar como una feminista extrema, el machismo la hacía avergonzarse de su país. “Ese machismo responsable de los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez y de las vendettas entre bandas de narcotraficantes en todo el país".

Le comenté que había varias cosas en Colombia de las cuales me avergonzaba, pero de ahí a renegar de ser colombiano mediaba una gran distancia. “Si tú conocieras a quien llaman en mi país El gran colombiano estarías más que avergonzada”. Ella muy seria continuó: “Lo nuestro no es de una persona. Es un problema tan arraigado en nuestra cultura que no puedo señalarlo como algo puntual sino como algo propio de la identidad mexicana”.

Esta mañana me levanté pensando en qué cosas me avergüenzan de Colombia. La primera imagen fue la de los niños en la calle. Pero luego llegó otra que es un golpe al estómago tenaz. Conocí en Holanda una familia de 8 hermanos, 5 de ellos nacidos entre 1938 y 1944, en plena guerra mundial. Los 3 menores nacieron en los cincuenta. Lo especial es que estos últimos son físicamente entre 20 y 25% más grandes que sus hermanos mayores. Al tener la misma genética, la explicación plausible sería el haber nacido en la posguerra. Cuando llegué a trabajar como voluntario en barrios marginados al Sur de Bogotá, me sorprendió que la gente fuera tan bajita. La conexión entre los niños holandeses nacidos durante la guerra y los colombianos que viven en una guerra cotidiana por el pan es evidente. Me avergüenza y me duele que haya generaciones de colombianos que no han podido crecer a plenitud por la dificultad para alimentarse apropiadamente.

Para terminar de torturarme mi inconsciente no encontró nada mejor que el recuerdo de una tarde almorzando en Koller cuando de una burbuja se bajaron cuatro escoltas a comprar medio millón de pesos de 1996 en carne para los perros de la casa de un importante industrial colombiano. Me avergüenza y me enferma esa inequidad, al igual que la indolencia de un país que no ha podido ponerse de acuerdo para una tarea más grande y altruista para todos: vivir en un país con gente sana y con buenas condiciones de educación y desarrollo. ¿Cómo no nacer utopista en Colombia?

Cantemos: