Ustedes no son Charlie (o el derecho a ofender)

“Nos vomitamos sobre todas esas personas que de súbito son ahora nuestros amigos”. Una de tantas respuestas provocativas que dio Bernard Holtrop (uno de los dibujantes fundadores de Charlie Hebdo) en una entrevista con De Volkskrant. A mí también me indigestó ver a Netanyahu marchar contra el terrorismo; un acierto del Elíseo convocar a Abu Mazen para resaltar que la marcha era por la unidad, por los valores occidentales, contra el terrorismo y contra la intolerancia. Los líderes mundiales se cuidaron mucho de no llevar pancartas diciendo Je suis Charlie. Desde este punto de vista, el vómito de Bernard Holtrop es inmerecido (como tantas veces ha sucedido con el semanario).

En un editorial, Jyllands-Posten expresó que su decisión de no imprimir viñetas de Charlie Hebdo obedecía a la responsabilidad que debe a sus empleados y colaboradores:

Hemos vivido con el miedo de un ataque terrorista durante nueve años. Sí, esta es la explicación de por qué no publicaremos las viñetas, bien sean las nuestras o las de Charlie Hebdo. […] Somos conscientes de que nos inclinamos ante la violencia y la intimidación.

Un editorial sensato y responsable, solamente una persona intransigente leería cobardía en su declaración.

He pensado mucho en cómo Crónica de una muerte anunciada, de García Márquez, nos ayuda a comprender lo que sucedió con Charlie Hebdo. La compañera de Charb señaló varias veces que él sabía que iba a morir pero no podía parar, no podía inclinarse ante el terrorismo, como lo ha hecho Jyllands-Posten. Desde esta perspectiva, Estados Unidos también se habría arrodillado ante el terrorismo al no enviar a una figura prominente (Obama o Kerry) a la marcha del domingo. Sus disculpas fueron más que aceptadas: la presencia de alguno de ellos habría exigido tales medidas de seguridad que era mejor no importunar a las autoridades francesas. O en buen colombiano: no daremos papaya. Kerry visitará París este jueves.

Desde la perspectiva de los hermanos Vicario (Kouachi en este caso), la marcha del domingo solo demuestra el tamaño del odio de Occidente al islam: millones de personas apoyando las ofensas e insultos contra el profeta; “Todos ellos son nuestros enemigos”. Con las manos ensangrentadas, los hermanos Kouachi exclamaban: “Charlie Hebdo está muerto, hemos vengado al profeta”. He ahí la clave para desactivar la muerte anunciada, como dolorosamente lo ha aprendido Jyllands-Posten.

O como también lo aprendió la comunidad musulmana en Holanda. Poco después del asesinato de ese gran provocador que fue Theodoor van Gogh, asesinado por otro hermano Vicario, Mohammed Bouyeri, Jyllands-Posten publicó las famosas caricaturas de Muhamad y, ante la reacción brutal y los disturbios en varios países musulmanes, varios medios holandeses decidieron reimprimir las caricaturas para demostrar su apoyo al sagrado principio de la libertad de expresión. Por supuesto ningún islamófobo resalta o recuerda ya la forma estoica en que la comunidad musulmana holandesa enfrentó esa provocación. En ese sentido la muerte de Theo van Gogh no fue en vano: apenas un joven musulmán repartidor de periódicos del Volkskrant decidió no trabajar ese día. El resto de la comunidad musulmana holandesa demostró que podía resistir la provocación.

Todo este episodio de las caricaturas de Jyllands-Posten llevó el debate sobre la libertad de expresión al punto de discutir si incluía el derecho a ofender (cuando no a matonear o hacer bullying a otras personas o comunidades). Javier Akerman publicó un texto en equinoXio que sigue siendo vigente hoy en día en el que propone el respeto por la dignidad humana como límite de la libertad de expresión. Una premisa válida incluso para los radicales musulmanes que ejercen su libertad de expresión para decir que Salman Rushdie o los dibujantes de Charlie Hebdo deben ser castigados o incluso asesinados.

Sin embargo, Flemming Rose, el editor que motivó la publicación de las caricaturas de Mahoma en Jyllands-Posten, discrepa con este enunciado:

¿Qué civilización somos si renunciamos a nuestro derecho a publicar opiniones y dibujos que a algunos pueden resultarles ofensivos? Básicamente se trata de un debate sobre cómo convivir en una sociedad cada vez más multicultural y al mismo tiempo mantener nuestras libertades. Podemos, como en las sociedades que no son libres, buscar una falsa armonía criminalizando continuamente nuevas expresiones de acuerdo con la siguiente máxima: si aceptas mi tabú y no te expresas crítica u ofensivamente sobre lo que para mí es sensible y sagrado, yo haré lo mismo.

En sociedades como la nuestra, en las que crece la diversidad, este es el camino hacia la tiranía del silencio.

Otro camino es insistir en que el precio que todos tenemos que pagar por vivir en democracia, con libertad de expresión y de culto, es que nadie tenga un especial derecho a no ser ofendido. Los colaboradores de Charlie Hebdo no habrán muerto en vano, si elegimos este camino como reacción a su asesinato.

¿Con el derecho a ofender se desactivará la muerte anunciada? El integracionismo radical islamista y la democracia no son compatibles. Sin embargo Occidente tiene muchos más méritos y recursos que reivindicar el derecho de expresión como el derecho a vomitarse sobre las comunidades musulmana, cristiana o judía en la forma que lo hace Charlie Hebdo.

Mi caricatura personal de lo sucedido es ver cómo el semanario estaba a punto de declarar su bancarrota pues al parecer ya no tenía gracia para los franceses: Je suis Charlie eran la semana pasada cincuenta mil suscriptores; gracias a los hermanos Kouachi imprimirá hoy más de tres millones de ejemplares que se distribuirán por todo el mundo, sin mencionar la ola de simpatía mundial con Je suis Charlie. La mejor caricatura de la brutalidad de las armas y la intolerancia para lograr un objetivo.