La broma (a la colombiana)

A. estaba indignadísima por la discriminación que sufrió la oncóloga colombiana condenada a 10 años de cárcel por envenenar a su colega-amante:

–Esto es indignante. Por un chiste pendejo sobre arreglar problemas a la colombiana no se puede condenar más a una persona, en especial cuando ha ayudado a tantas mujeres en la lucha contra el cáncer.

–Además que hoy en día eso de arreglar problemas a la colombiana tiene muchas variantes –comenté–. En ese sentido su mejor defensa es que el hombre sigue vivo. En España, cuando dices a la colombiana significa que primero le disparas a la persona y luego le preguntas que quién es.

–Esto es peor que lo que Kundera cuenta del Estado totalitario en La broma.

–Tienes razón, igual o peor. Esos abogados gringos son peores que los funcionarios soviéticos creando y endilgando pruebas. Presentaron como agravante que le echó el veneno en café de Colombia. A propósito, ¿leíste la última novela de Kundera?

–Sí y no me gustó: para burlarse de una sociedad que vive obsesionada con el ombligo se queda corto. Apuesto que las jóvenes con camiseta ombliguera que vio estaban pegadas a sus celulares, el cordón umbilical inalámbrico del siglo XXI, o tomándose un selfie, que ese sí que es a mi parecer el gesto y concepto que definen a nuestra sociedad actual.

–Totalmente de acuerdo contigo, ese gesto tampoco aparece en la novela. Rescato su énfasis en la futilidad de querer brillar más que los demás. Pero esto en un ensayo breve hubiera quedad muy claro también. Aunque para un editor es un tema complejo: haces lo de Pilar Reyes en Alfaguara y le dices no a la novela de Saramago, o simulas sonreír ante un divertimento, una boutade, de uno de tus autores superventas preferidos, como hizo Beatriz de Moura.

–Bueno, Reyes no le publicó la novela a Saramago por mala sino por sombría, y me refiero a la novela, y que la gente después de salir del trabajo necesita algo que la divierta y la haga sentir mejor, o algo así.

–Para eso está la televisión.

Así siguió la charla hasta que llegó el momento de despedirnos. Me pareció una pequeña fiesta de la insignificancia, sin tanto bombo ni platillo.

Cantemos: