El arte de separarse o más efectos colaterales del síndrome de don Quijote

En los últimos meses he sido bombardeado por libros y películas que hablan de separaciones. He sentido simpatía por la novela de Mónica Carrillo, La luz de Candela, que hace parte de esa nueva ola de chic-lit que se está dando en España, extendiendo el espectro hasta la antipatía que me causó Joseph Anton, de Salman Rushdie, donde habla de su desilusión con Padma Lakshmi, pasando por ese intento de separación frustrada de Gone Girl. También me crucé con El amanecer de un marido, de Héctor Abad, un conjunto de cuentos sobre las crisis de pareja, y la memoria de Valérie Trierweiler. Todas estas obras tienen un factor común: la quiebra o frustración de las expectativas. De paseo por Bruselas con mi sobrinita me encontré de nuevo con el síndrome de don Quijote como posible explicación de este mal.

Ella me invitó a jugar a los tres cerditos con una variación interesante: nosotros seríamos los lobos que se los iban a comer. ¡Mira, allá va un cerdito, atrápalo! Lo atrapamos y ella se dispuso a cocinarlo, preparándolo con sal, finas hierbas y al horno. Una vez que estuvo bien asado, dispuso la mesa para comérnoslo. Yummy yummy decía ella, y a mí algo no me cuadraba en la historia: ¿los cerditos no tenían que huir del lobo? ¿no era el lobo el malo de la historia? Luego entramos a un supermercado y frente al congelador con todo tipo de carnes, inundado de cadáveres de pollos como diría Miguelito, me pregunté qué sentido tenía el cuento de los tres cerditos ante esta contundente realidad. Mejor reconocer nuestro apetito carnívoro y aprender a convivir con él. De regreso a casa volvimos de cacería por otro cerdito y ninguno de los desafortunados que cazamos se refugió en ninguna casa de ladrillo.

Obviamente lo que no me cuadraba era ese giro sobre la expectativa que tenía del cuento. Lo mismo que les sucedió a los protagonistas de las obras mencionadas al principio: todos víctimas del síndrome de don Quijote, de una narrativa particular sobre cómo deben ser las relaciones de pareja y cada uno describiendo a su modo cómo lleva, sobrelleva o padece la decepción de descubrir que la realidad no se parece al cuento. De hecho, Rushdie habla de Lakshmi como la ilusión, su ilusión y de los ocho años que le tomó aceptar que no era lo que esperaba.

Leía el fin de semana que la tasa de separación en Bruselas es del 50%,  es decir, uno de cada dos matrimonios está abocado a separarse. Por muchos motivos el cuento de unirse hasta que la muerte nos separe es necesario y tiene sentido. Pero ante una tasa tan alta de fracaso en el intento, la narrativa debería complementarse con un capítulo adicional sobre la separación, estar preparados para esa eventualidad y hacerla lo menos dolorosa y traumática posible para las partes, empezando por uno mismo. Ser los lobos por una vez y comernos bien sazonadas esas expectativas. Yummy yummy.