Abatido (pero tampoco soy Charlie)

Los sucesos en París me han dejado abatido. El asesinato de los dibujantes de Charlie Hebdo, del policía francés musulmán indefenso en la calle, la agente que patrullaba el tráfico, dejan una huella de indignación profunda, duelen. Pero tampoco celebré que dieran de baja a los asesinos. Sentí pesar por ver a tres jóvenes totalmente perdidos en la vida, sin otro camino que el islamismo radical y sin respeto alguno por quienes no comparten sus creencias.

¿Hasta dónde llegarán ahora las consecuencias de los actos de estos tres jóvenes perdidos (y sus jefes)? Este es el momento preciso para que los islamófobos se pronuncien y nos recuerden que “el fin está cerca”. Como Ayaan Hirsi Ali diciendo que es hora de responder al islam, pues tanta moderación y conciliación han sido atendidas con Kalashnikovs en el corazón de París. O los fundamentalistas de la libertad de expresión, que abogan por el legítimo derecho a decir lo que se quiera sin temor alguno.

Recuerdo cuando mi novia holandesa en Bogotá decidió irse a caminar por una zona no muy recomendable de la ciudad. De regreso le dije que era una irresponsabilidad de su parte. Ella me respondió que le aburría vivir en una ciudad donde había no-go zones, que cómo nos habíamos acostumbrado a ello. Yo me limité a alzar los hombros, a decirle que preferiría que estas zonas no existieran pero la realidad es que estaban ahí y si uno no quería ver su integridad comprometida, era mejor no visitarlas. Cuando se dio un robo en la sede de la fundación que dirigía al sur de Bogotá, la policía al principio rehusó hacerse presente porque estaba ubicada en una zona roja de la ciudad. A los pocos meses, cuando se empezó a incrementar el secuestro de extranjeros en el país, ella tristemente sintió que era el momento de dejar el proyecto y regresar a Holanda. No debió de ser así, pero ajá.

Con la libertad de expresión sucede lo mismo. Hay una zona roja en estos momentos que es la de los islamistas radicales y una persona razonable no debería entrar en ella. ¿Qué esto es claudicar al sagrado principio de la libertad de expresión? Falso. Es reconocer que hay sociedades donde este principio se ha logrado y hay que mantenerlo y otras donde infortunadamente no será una realidad por muchas generaciones. Por más chistoso que uno sea, sería francamente suicida decir en un campo de concentración nazi que el bigotico de Hitler es muy maricón. Hoy en día, así uno crea que las religiones son una mierda, ilustrar esto con un bollo como turbante en la cabeza de Mahoma no es muy inteligente tampoco. ¿Que las personas deberían poder hacerlo? Sí. Que no es el momento, también. Y francamente me pregunto por la efectividad de tal acción, más allá de lograr una incómoda escolta policial 24 horas al día. No, yo no soy Charlie.

Me pongo en el lugar de un joven radical musulmán y me pregunto que si lo que Occidente tiene para ofrecerme son estas burlas al mensaje del profeta. Porque se necesita ser intelectualmente muy desarrollado para comprender que lo que Occidente en realidad está ofreciendo es la posibilidad de decir o creer cualquier cosa, incluso esas provocaciones y ofensas. Esto acompañado por bombas y atentados. No, no son armas muy disuasorias con un fanático religioso. Como sentarse a convencer a un testigo de Jehová de que dios no existe con viñetas de dios soplando la trompeta del arcángel san Gabriel.

De momento, a largo plazo me parece que una de las mejores armas contra el islamismo radical es precisamente la comunidad musulmana. Los más de mil millones de seres humanos musulmanes que han condenado los asesinatos de París. Son ellos los que muestran cómo vivir el islamismo sin necesidad de matar a los infieles. Y no podemos ignorar su voz cuando dicen que no debemos permitir que los radicales rompan los puentes con ellos, como sueñan los islamófobos en Europa y Estados Unidos.

En Occidente nos ha tomado mucho tiempo (dos milenios) llegar al actual Papa abierto a la posibilidad del aborto, del matrimonio entre homosexuales, incluso a volver a recibir a todos los feligreses que la iglesia católica excomulgó por separarse –y sin mandar a todas estas personas a la hoguera. Existen ahora el Estado, las leyes laicas y la infraestructura para que esto no suceda. Los islamistas radicales necesitarán muchas generaciones para aprender a convivir con otras sociedades, cuando no a disolverse en una sociedad más amplia. Ayudarles en este proceso no pasa por burlarse de Mahoma. Ni por bajar la guardia ante ellos.